Nunca vi el mar

Pero sobre todo, ese mar nunca visto es el de otro, la memoria y la afección de alguien cuyas impresiones marinas y cuyo deseo de mar quizás no se puedan transmitir. En un poema de las primeras páginas José Ioskyn le habla a alguien que extraña un mar demasiado personal, inaccesible casi: “dijiste vamos a vivir cerca del mar”. No se trataba sin embargo –según dice el poema en su segunda estrofa, más prolongada y que viene a descansar en el blanco final– del mar en general, sino de un rumor, un ritmo que precede a las palabras mismas. El hallazgo de la escritura hace coincidir entonces el deseo de la cercanía del mar no con una música, insistente y vivificante, sino con la fritura de una grabación antigua, ola que trae la voz de un cantante difunto al entendimiento de la frase que abriera el poema.

Silvio Mattoni