Un vagabundo

Sin duda, la vejez del poeta ha de ser igual a la de cualquier hombre; no obstante, la devota artesanía del verso, la lenta y tenaz arcilla de las palabras asechada a través de tantos años, puede moldearse en las manos trémulas del viejo como en un fulgor de eternidad, un último destello adámico de la infancia, a modo de una gracia imprevista, un don postrero –último solaz en el definitivo viaje hacia la intemperie.

Alcanzado ese punto panorámico, ese imposible escorzo final desde donde –según Saint-John Perse– ; el pájaro vislumbra al hombre en su vasto vagabundear, liberado de su sombra; la poesía desnuda la existencia hasta el hueso, se confunde con la marga desamparada, básica, que apuntala toda edad, todo aire de vida.

Es precisamente este vasto vagabundear sin sombra, desposeído a la vez que poseso, esta imprevista anónima llamada del pájaro a última hora, esta deflagración de la identidad en la llamarada pura de la poesía, aquello que sondea esta reciente colección de poemas de Ricardo H. Herrera, la cual viene a completar una prolífica serie comenzada hace casi una década, en 2014, con la publicación de La última nostalgia.

Es por tanto aquí, donde el ciclo concluye, donde el yo biográfico se desteje en el hilo/río mítico que debería conducirlo a la salida del laberinto;concluye aquí, se consuma al tiempo que se consume. La plétora de la palabra regalada por las Musas retorna a la arcilla del origen, alcanzando el pleno mediodía en medio de la noche oscura de la carne.

Walter Cassara